Ayer mismo escuchaba en las noticias, ya de vuelta a la capital del reino, que nos hemos zampado algo así como la mitad de la costa a base de pisitos y pisitos en primera linea de playa. Bueno ya veo que no soy muy exhaustivo dando la noticia, Pero seguro que Greenpeace lo dice mejor.
No me voy a extender mucho en este tema. Solo lo cito para que os hagáis una idea, los incultos en la materia, de lo que significa un lugar como Benidorm. Municipio de Alicante. Allí, como muestra, se alza la inacabada torre de viviendas más alta de Europa. Ese honor tenemos. La torre se llama Intempo. Han tenido que ir a buscar el nombre a la eternidad porque en este pueblito cualquier edificio de tres plantas que en Madrid pasaría por ser de protección oficial, aquí tiene nombre. ¡Y qué nombre! Acapulco, El Greco, Azor, Velázquez, Copacabana... Vamos, la costumbre de los setenta y nada más. Pero vale de hablar de arquitectura, que vengo a hablar de algo más elevado, por más que allí cualquiera viva en un piso veinte.
Observaba una mañana el mar. Aún las sombrillas no han tapado del todo la arena de la playa. Aún se escuchan esas olas. Las que se encrespan y nos hacen volar. Las pequeñas, que se mezclan con la arena, la revuelven y después se van. Un mar que nunca deja de estar ahí, junto al mundo. Viene y va. Uno puede estar a medio metro de su espuma o a trescientos kilómetros pero siempre que mire al lugar adecuado, allí está el agua inmensa, esperándole.
Y pensaba, mirando alternativamente al mar y hacia los pisos; Es tal su magnetismo y la fascinación que nos provoca, que intentando estar cerquita, hacerlo nuestro a cada instante y en cada lugar, sin querer, nos pasa que al final construimos lugares como éste. Que intentan atrapar el mar sin conseguirlo convirtiendo el lugar en una Babel y aún así sigue siendo imposible llegar a él. Hacerlo dócil. Él siempre está ahí, pero siempre a su manera y no a la nuestra.
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Benidorm en sus años mozos |
Tal vez se nos ocurra entonces todo lo contrario; aborrecer lugares como este pueblin de rascacielos y llevarnos tan solo nuestra hamaca a la orilla de la playa. Así, sin nada más, querer vivir cara al mar. Querer estar ahí para oírlo y contemplarlo siempre.
Me da, sin embargo, que haciendo esto sólo conseguiríamos tener el agua en nuestra retina y su espuma en nuestros tímpanos pero no podríamos tener el mundo en nuestro corazón, porque lo tendríamos siempre a nuestra espalda, sin querer vivir ni tierra adentro ni mar adentro.
¿Qué significa todo esto? Bueno, pues para los aficionados a las metáforas, sustituid al mar por Dios. Contempladlo como lo hacéis con las olas, la espuma y el horizonte. Daos un tiempo. Tranquilos.
Ahora, cambiad Benidorm o cualquier pueblo que conozcáis y que haya abusado brutalmente de su costa, por el Hombre; que cuando encuentra algo bueno, algo que le supera, que le desborda, opta por ser sabio y respeta su inmensidad. U opta por intentar domesticarlo. Le hace paseos marítimos, palcos en primera linea de playa, arena fina, bandera verde, muelles deportivos, torres
Intempo...
Pero siempre hay una orilla que no vamos a superar por más que queramos, a menos que optemos por dejar de ser hombres; que Él no va a dejar de ser quien es.